miércoles, 5 de octubre de 2011

Le Voyage dans la Lune

Disfrutaba de la brisa. Su piel, egoísta, absorbía cada rayo de sol, dorado y preciado como el oro en esas épocas del año. Sonreía, con una de esas sonrisas que bien merecen un premio Goya por la profesionalidad del espectáculo. En realidad, uno es consciente de que todo el mundo ha enseñado dentadura al personal más de una vez con tal de seguir en su burbuja.

Lo que estaba en su cabeza no tenía mucho que ver con las historias sobre el imperio de Carlos V que se colaban en su oído y seguían su camino hacia la oreja opuesta. En su cabeza pensaba sobre los cuentos que leía, los de pensar. Sobre sentirse buscadora porque busca y no necesariamente encuentra, o porque repentinamente siente la necesidad de anotar cada uno de los minutos que ha disfrutado intensamente, sólo por dejar constancia de cuánto tiempo ha vivido realmente.

Se imaginaba esa libreta repleta de momentos fugaces, poco duraderos, pero tan intensos que sumaban años al final.

Los dos segundos del primer mordisco en una pera, el minuto y medio que tardó en dibujarle un cordero a El Principito o los catorce minutos y doce segundos que pasó en la luna con Georges Méliès.