miércoles, 6 de octubre de 2010

Shujaa Graham

No estoy en el sitio propio ni habitual para este tipo de escritos reflexivos, pero he sentido la necesidad innata de comenzar a escribir casi en trance y de forma compulsiva lo que pasa por mi cabeza. Y digo cabeza por no decir páncreas, colon, cerebelo y demás partes de mi cuerpo que siento tocadas y removidas.

El placer inmenso de escuchar a un hombre que ha vivido una vida realmente dura, si a eso se le puede llamar vida, y cuenta su historia como si no tuviera nada que envidiar al resto de personas que escuchan en la sala. Su voz, ronca, pero fuerte y sonora, denota seguridad y necesidad de ser oída, promulgada. Los ojos, siempre llorosos, pero firmes y jamás ausentes, se clavan en mis pupilas. Siento por un momento que el mensaje que transmiten va dirigido a mi exclusivamente, aun teniendo a mi alrededor otros, quizá, cien oyentes.
Privado de su vida, despojado de su libertad y su dignidad. Sin embargo, aquí está, recorriendo miles de kilómetros para contar su historia y que cosas como ésta que estás leyendo ocurran. Sembrar semillas en mentes jóvenes, esperar que medren y den como fruto un mundo más justo.

Shujaa Graham, de familia paupérrima, apenas tenía para comer. Llevaba una vida rural junto a su madre, abuela y hermanos. Ahora, la madurez le ha explicado por qué su madre tuvo que dejarle en el campo y emigrar a la ciudad. Años después pudo reunirse con ella de nuevo, en la tierra del racismo y los abusos policiales.
Entró en prisión con 18 años por un delito menor, allí aprendió a leer, escribir, estudió para poder defenderse ante la justicia. Sus compañeros fueron quienes se lo enseñaron todo.

Sin poder contener las lágrimas y tras un silencio reflexivo, cuenta que en su mente, grabado a fuego, sigue el día en que fue acusado del delito que no cometió, 17 de noviembre de 1973, y por el que sabía pagaría injustamente, era una persona pobre y de color.
Con 22 años veía como el fin de su vida se acercaba y su inocencia no sería demostrada. La impotencia, se convirtía día a día en desesperanza. Su compañero de celda, condenado igualmente a muerte, lo sacaba del pesimismo y le confiaba fuerzas para continuar.

Finalmente, su inocencia y su libertad, restauradas. Ahora, lleva más de veinte años fuera de la cárcel, pero vuelve a menudo para que los que allí sigan sepan que no están solos. A los mismos que le robaron la vida, ahora les planta cara para hacerles entender que no está vivo gracias a ellos, si no a dos amigos que desde fuera lucharon por su excarcelación, y ésto no le resta inocencia.

Porque nunca se puede estar seguro al cien por cien de la culpabilidad de las personas, la inocencia vale una vida, después de muerto, vale nada.

Shujaa se despedía conmocionado, entre aplausos y con el puño arriba. Sabía que sus palabras y su experiencia no habían sido en vano. Nos animaba a acompañarle en su vital lucha por el respeto de los derechos humanos, uno a uno a todos los asistentes, con un abrazo y palabras alentadoras. Aún se puede hacer algo por el mundo.

http://www.witnesstoinnocence.org/
Aquí su historia y la de otros que, como él, sobrevivieron a la pena de muerte.

"We need a government that would be so sensitive to the needs of the people that its every endeavor would be towards building peace and happiness and not preying on the misery of people. And that’s really how the death penalty goes,it preys upon people’s fears"
Shujaa Graham

2 comentarios:

  1. Escribes muy bien, describes aún mejor, y lo que cuentas es más que interesante.

    Una sorpresita descubrir esto, aunque no esperaba menos de usted.

    ResponderEliminar