A simple vista parecía un recepcionista cualquiera, uno de esos botones de hotelucho americano comandado por una mujer que masca chicle y se hace tirabuzones en el pelo. Sin embargo, Gabriel tenía aspiraciones. Esa mañana, todas afloraron y le dieron el empujón que necesitaba. Sería asistente del Gran Judini. Esperaría sus cuchillos con la emoción que siempre había querido experimentar. Encontraría al mago, su tiempo había concluido.
(Cuarto juego: "El corazón de un micro")
domingo, 12 de junio de 2011
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